viernes, 19 de octubre de 2007

Antistress

Estaba sentado en mi escritorio cuando me acordé de una llamada telefónica que tenía que hacer.
Encontré el número telefónico y lo marqué.
Me contestó un tipo malhumorado diciendo: "Hola?"
- "Soy Alfonso Vélez, ¿podría hablar con Andrea Jaramillo, por favor?", dije amablemente.

De repente sentí que me colgaba el teléfono. No podía creer que existiera alguien tan grosero. Después de esto, volví a buscar en mi directorio telefónico el número de Andrea por si me había equivocado al marcar. Efectivamente, el error era que ella había traspuesto los dos últimos dígitos de su número. Después de hablar con Andrea, observé ese número erróneo todavía sobre mi escritorio.

Decidí llamar de nuevo al pibe aquel. Cuando la misma persona descolgó no esperé a que contestase y le dije: "Eres un Hijoputa", y colgué rápidamente. Inmediatamente escribí junto a su número telefónico la palabra "Hijoputa" y lo dejé en mi listín telefónico.

Cada par de semanas, cuando yo estaba pagando cuentas o con un mal día, lo llamaba, él contestaba y yo le decía "Eres un Hijoputa". Esto me servía de terapia contra el estrés y me hacía sentir realmente mucho mejor. Unos meses después, la compañía de teléfonos introdujo el servicio de identificación de llamadas, lo cual me entristeció porque tuve que dejar de llamar al Hijoputa. Entonces, un día tuve una idea: marqué su número telefónico, escuché su voz diciendo: "¿Hola?" y me cambié de identidad:
- "Hola, le llamo del departamento de ventas de la compañía de teléfonos para ver si conoce el servicio de identificador de llamadas".
- "¡No!" Y me colgó el teléfono, como de costumbre. Rápidamente lo llamé de nuevo y le dije:
- "Eso es porque eres un Hijoputa".

La razón por la cual les cuento esta historia, es para mostrarles que si hay algo que realmente molesta, siempre se puede hacer algo al respecto: sencillamente, marque el 823 48 63.
(Siga leyendo, esto se pone mejor . . .)

La anciana se estaba tomando mucho tiempo para sacar el auto de su espacio en el aparcamiento. Incluso llegue a pensar que nunca se iría. Finalmente su coche empezó a moverse y a salir muy lentamente. Dadas las circunstancias, decidí retroceder mi auto un poco para darle a la anciana todo el espacio que necesitara: "¡Grandioso!", pensé, "finalmente se va..."

No hay comentarios:

 
page counter